Me pedía constantemente que abriera los ojos y
que le mirara, pero yo no podía hacerlo, sobre todo cuando mi sexo comenzaba a
hincharse, a engordar ostentosamente, y me imponía la estúpida obligación de
estar a solas, sola con él, para poder advertir plenamente su grotesca
metamorfosis, de todas maneras lo intentaba, intentaba mirarle, y abría los
ojos, y le encontraba allí, la cara colgando sobre la mía, la boca entreabierta,
y veía mi cuerpo, mis pezones erguidos, largos, y mi vientre que temblaba, y el
suyo, veía cómo se movía su polla, cómo se ocultaba y reaparecía constantemente
más allá de mis pocos pelos supervivientes, pero el mero hecho de ver, de mirar
lo que estaba sucediendo, aceleraba las exigencias de mi sexo, queme obligaba
otra vez a cerrar los ojos, y entonces volvía a escuchar su voz, mírame, y si me
obstinaba en mi soledad, notaba también sus acometidas, mucho más violentas de
repente, nuevamente hirientes, por no abrir los ojos, dejaba caer sobre mí todo
el peso de su cuerpo, resucitando el dolor, moviéndose deprisa, y bruscamente,
hasta que le obedecía, y abría los ojos, y todo volvía a ser húmedo, fluido, y
mi sexo respondía, se abría y se cerraba, se deshacía, yo me deshacía, me iba,
sentía que me iba, y dejaba caer los párpados inconscientemente, para volver
a empezar. Hasta que una vez me permitió mantener los ojos cerrados y me corrí,
mis piernas se hicieron infinitas, mi cabeza se volvió pesada, me escuché a mí
misma, lejana, pronunciar palabras inconexas que no sería después capaz de
recordar, y todo mi cuerpo se redujo a un nervio, un solo nervio tenso pero
flexible, como una cuerda de guitarra, que me atravesaba desde la nuca
Almudena Grandes
Enlaces:
Las edades de Lulu (Prólogo Quince años después)
Fuente:
https://es.scribd.com/document/171066180/Las-edades-de-Lulu-docx
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