Donde la ciudad cambia su nombre. - Francisco Candel



Las peleas

Las Hermanas del Pepe Luis, las princesas,  eran de aupa,  de armas tomar, especialmente con aquel que se les acoquinaba, pero con quien les plantaba cara ya era otra cosa. Entonces, la mayoría de las veces, se rajaban y demostraban su miedo. Una vez que se pusieron tontas con la madre del Paquirri ésta que estaba planchando dio un tirón a la plancha y salió con ella en la mano, el cordón detrás colgando en el aire, como una graciosa estela. Las princesas,  confundiendo prudencia con cobardía, se habían atrevido a ir hasta la puerta de la casa a insultarla. Cuando vieron a la madre del Paquirri de esta guisa, con la plancha a manera de escudo o parachoques, salieron de estampida, huyendo , como alma que lleva el diablo, aunque no lo suficiente aprisa para que una no sintiera en las nalgas la caricia candente de la plancha.

-    - A ver que se han creído éstas…!

La madre del Paquirri era así. Muy buena, muy buena, pero cuando la buscaban… A veces sin saberlo, practicaba la ley del Talión: Ojo por ojo, diente por diente.

En cierta ocasión a una hermana suya, le arrimaron una piedra así de gorda a un ojo. Una ceja  se la hicieron mixtos. La pobre mujer, al verse sangrando como un berraco degollado, berreaba como tal.
A la madre del Paquirri se lo advirtieron las vecinas,

- A tu hermana le han roto la cabeza.

Había sido la vecina de enfrente. La madre del Paquirri salió en busca de su hermana. La encontró con su madre, la abuela del Paquirri por tanto, claro, que la llevaba al dispensario toda asustada.

  - Nada de dispensario – dijo la madre del Paquirri -! A casa!

Y luego:

  - ¿Donde está la piedra con la que te han escalabrado?

Dicha piedra era una señora piedra y estaba manchada de sangre. Con ella a su alcance se sentó la madre del Paquirri a la puerta de su casa.

Pasó una hora , y otra, y otra. La vecina no salia ni respiraba. La madre de Paquirri decía:

  - Ya saldrá, ya saldrá...

Tenia una paciencia de Job. Pasó una hora y otra. A la hermana le habían puesto vinagre en la ceja y le habían cortado la hemorragia,pero tenia un tajo enorme.

La madre del Paquirri había pasado las horas inmóvil en una silla, la piedra al lado.

  - Ya saldrá, ya saldrá...

Al final, harta de su inmovilidad, empezó a levantarse , y a entrar en su casa y a preparar la cena. La vecina , entonces creyendo que ya la tirantez del asunto se había relajado, salió con un cesto, como si fuera de compras.

  - Ya saldrá, ya saldrá...

Ya había salido. La madre del Paquirri cogió la piedra, ya con la sangre de su hermana seca, agarró a la vecina y, !cloc! !cloc!, le golpeó con ella en la cabeza, una, dos, tres, cuatro veces, volviendo a llenar la piedra de sangre nueva y fresca. Luego tornó a su casa, buscó a su hermana y le dijo:

  - !Hala, al dispensario a que te curen!

A la hermana de la madre del Paquirri, la tía del Paquirri, claro cierto naturalmente, le pusieron una gafa en la ceja. A la vecina de enfrente le pusieron cuatro en la cabeza.  La vida es así, la vida y la regla de tres.

Francisco Candel
Donde la ciudad cambia su nombre. 1956


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