Las peleas
Las Hermanas del Pepe
Luis, las princesas, eran de aupa, de armas tomar, especialmente con aquel que
se les acoquinaba, pero con quien les plantaba cara ya era otra cosa. Entonces,
la mayoría de las veces, se rajaban y demostraban su miedo. Una vez que se
pusieron tontas con la madre del Paquirri ésta que estaba planchando dio un
tirón a la plancha y salió con ella en la mano, el cordón detrás colgando en el
aire, como una graciosa estela. Las princesas,
confundiendo prudencia con cobardía, se habían atrevido a ir hasta la
puerta de la casa a insultarla. Cuando vieron a la madre del Paquirri de esta
guisa, con la plancha a manera de escudo o parachoques, salieron de estampida,
huyendo , como alma que lleva el diablo, aunque no lo suficiente aprisa para
que una no sintiera en las nalgas la caricia candente de la plancha.
- - A ver que se
han creído éstas…!
La madre del Paquirri era
así. Muy buena, muy buena, pero cuando la buscaban… A veces sin saberlo,
practicaba la ley del Talión: Ojo por ojo, diente por diente.
En cierta ocasión a una
hermana suya, le arrimaron una piedra así de gorda a un ojo. Una ceja se la hicieron mixtos. La pobre mujer, al
verse sangrando como un berraco degollado, berreaba como tal.
A la madre del Paquirri
se lo advirtieron las vecinas,
- A tu hermana le han
roto la cabeza.
Había sido la vecina de
enfrente. La madre del Paquirri salió en busca de su hermana. La encontró con
su madre, la abuela del Paquirri por tanto, claro, que la llevaba al
dispensario toda asustada.
- Nada de dispensario –
dijo la madre del Paquirri -! A casa!
Y luego:
- ¿Donde está la piedra
con la que te han escalabrado?
Dicha piedra era una
señora piedra y estaba manchada de sangre. Con ella a su alcance se sentó la
madre del Paquirri a la puerta de su casa.
Pasó una hora , y otra, y
otra. La vecina no salia ni respiraba. La madre de Paquirri decía:
Tenia una paciencia de
Job. Pasó una hora y otra. A la hermana le habían puesto vinagre en la ceja y
le habían cortado la hemorragia,pero tenia un tajo enorme.
La madre del Paquirri
había pasado las horas inmóvil en una silla, la piedra al lado.
- Ya saldrá, ya saldrá...
Al final, harta de su
inmovilidad, empezó a levantarse , y a entrar en su casa y a preparar la cena.
La vecina , entonces creyendo que ya la tirantez del asunto se había relajado,
salió con un cesto, como si fuera de compras.
- Ya saldrá, ya saldrá...
Ya había salido. La madre
del Paquirri cogió la piedra, ya con la sangre de su hermana seca, agarró a la
vecina y, !cloc! !cloc!, le golpeó con ella en la cabeza, una, dos, tres,
cuatro veces, volviendo a llenar la piedra de sangre nueva y fresca. Luego
tornó a su casa, buscó a su hermana y le dijo:
- !Hala, al dispensario a
que te curen!
A la hermana de la madre
del Paquirri, la tía del Paquirri, claro cierto naturalmente, le pusieron una
gafa en la ceja. A la vecina de enfrente le pusieron cuatro en la cabeza. La vida es así, la vida y la regla de tres.
Francisco Candel
Donde la ciudad cambia su
nombre. 1956
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