Sobre
las mesas,
botellas
decapitadas de «champagne» con corbatas blancas de payaso,
baldes
de níquel que trasuntan enflaquecidos brazos y espaldas de «cocottes»
El
bandoneón canta con esperezos de gusano baboso,
contradice
el pelo rojo de la alfombra,
imana
los pezones, los pubis y la punta de los zapatos.
Machos
que se quiebran en corte ritual, la cabeza hundida entre los hombros,
la
jeta hinchada de palabras soeces.
Hembras
con las ancas nerviosas,
un
poquito de espuma en las axilas y los ojos demasiado aceitados.
De
pronto se oye un fracaso de cristales.
Las
mesas dan un corcovo y pegan cuatro patadas en el aire.
Un
enorme espejo se derrumba con las columnas y la gente que tenía dentro;
mientras
en un oleaje de brazos y de espaldas estallan las trompadas,
como
una rueda de cohetes de bengala.
Junto
con el vigilante, entra la aurora vestida de violeta.
Oliverio Girondo
Veinte poemas para ser leídos en el tranvía
Muy grande, Girondo. Felicidades, Vicente.
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