La noticia de que
centenares de personas comieron con las sobras del banquete nupcial de
Barcelona debe acogerse primero con satisfacción porque los beneficiados
sacaron el vientre de penas un día en su vida y comulgaron con el festejo
metabólicamente, por encima de niveles de comunión masificados. A continuación
hay que considerar la difusión de la noticia o bien como acto desestabilizador
del orden o como expresión de la conciencia social dominante. Quienes nos han
suministrado el imaginario del milagro caritativo de la repartición de los
panes y las lubinas bien pudieran ser republicanos o restos del KGB infiltrados
en el territorio de lo históricamente correcto para ridiculizarlo.
O alienados sin remedio
que creían comunicar un mensaje neutral, casi pedagógico, desde el presupuesto
de que lo más normal en los tiempos que corren es que el capitalismo genere
pobreza, incluso hambre, pero también la cristiana necesidad compensatoria de
que las monjas de san Vicente de Paúl, o las en otro tiempo llamadas señoritas
del ropero, repartan empanada, calzoncillos, bragas de segunda piel y camas
turcas cojas entre los nuevamente considerados desheredados de la fortuna o
económicamente débiles. Bien está dar de comer al hambriento, pero en secreto,
no ofreciendo el escándalo de la evidencia del hambre. Sintomático es que se
haya considerado una noticia positiva, ejemplar incluso. Sintomática la
naturalidad con que la sociedad ha aceptado la noticia, como humana, social,
incluso histórica, alimentariamente correcta, instalados casi todos en la
evidencia de que tras un par de siglos de buscar tontamente el todo de la
emancipación social no hay más remedio que conformarse con las sobras de los
banquetes. Autocomplacida armonía virtuosa del que se harta pero no rebaña. Entre
el todo y la nada, las sobras.
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAÍS, 13 / 10 / 1997
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