Las sobras - MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN





La noticia de que centenares de personas comieron con las sobras del banquete nupcial de Barcelona debe acogerse primero con satisfacción porque los beneficiados sacaron el vientre de penas un día en su vida y comulgaron con el festejo metabólicamente, por encima de niveles de comunión masificados. A continuación hay que considerar la difusión de la noticia o bien como acto desestabilizador del orden o como expresión de la conciencia social dominante. Quienes nos han suministrado el imaginario del milagro caritativo de la repartición de los panes y las lubinas bien pudieran ser republicanos o restos del KGB infiltrados en el territorio de lo históricamente correcto para ridiculizarlo.
O alienados sin remedio que creían comunicar un mensaje neutral, casi pedagógico, desde el presupuesto de que lo más normal en los tiempos que corren es que el capitalismo genere pobreza, incluso hambre, pero también la cristiana necesidad compensatoria de que las monjas de san Vicente de Paúl, o las en otro tiempo llamadas señoritas del ropero, repartan empanada, calzoncillos, bragas de segunda piel y camas turcas cojas entre los nuevamente considerados desheredados de la fortuna o económicamente débiles. Bien está dar de comer al hambriento, pero en secreto, no ofreciendo el escándalo de la evidencia del hambre. Sintomático es que se haya considerado una noticia positiva, ejemplar incluso. Sintomática la naturalidad con que la sociedad ha aceptado la noticia, como humana, social, incluso histórica, alimentariamente correcta, instalados casi todos en la evidencia de que tras un par de siglos de buscar tontamente el todo de la emancipación social no hay más remedio que conformarse con las sobras de los banquetes. Autocomplacida armonía virtuosa del que se harta pero no rebaña. Entre el todo y la nada, las sobras.

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
EL PAÍS, 13 / 10 / 1997

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