La Conspiración - Joan López

Soy humano, y por eso, a pesar de tenerme por una persona racional y de mentalidad científica, no me avergüenza reconocer que en ocasiones, haciendo zapping, me detengo en el programa Cuarto Milenio. Es una forma como cualquier otra de desconectar del día a día un domingo por la noche, sobre todo tras una terrible e intensa inmersión en las crudas realidades a las que nos someten programas como Salvados, El Objetivo o Viajando con Chester, donde se exponen esos hechos que a uno tanto le llenan de rabia e indignación y le mueven a continuar luchando políticamente para tratar de aportar su granito de arena.


Cuarto Milenio no es un programa en el que nadie, en su sano juicio, deba pretender buscar certezas y realidades, y tampoco creo que el programa intente ofrecerlas. Pero sí es eficaz manteniendo al espectador envuelto en un excitante clima de misterio, capaz de trasladarle, por momentos, a un estado emocional similar al que uno experimentaba durante los campamentos de verano de la infancia; cuando al caer la noche, alrededor de la hoguera, se comenzaban a contar las típicas historias de fantasmas.

De esta manera, Iker Jiménez nos va sumergiendo en un mundo fantástico, repleto de extrañas criaturas, apariciones espectrales, ovnis, barcos hundidos… y todo tipo de misterios y conspiraciones. Sobre esto último, en el programa se han celebrado numerosos debates en los que se han tratado temas como el de los atentados contra las torres gemelas, el golpe del 23 F y sus supuestas “incógnitas”… o, como en el programa de anoche, sobre la posibilidad de que la actual crisis económica sea también producto de una “conspiración”.

Así, el debate central del último programa giraba en torno a algunas teorías existentes que sostienen que la crisis mundial está provocada y planificada por un exclusivo grupo con el objetivo de enriquecerse y controlar a la población mundial, con demolición controlada de la economía incluida –como si las contradicciones propias del actual sistema económico, ya analizadas por Marx y Engels desde hace mucho, no existiesen ni bastasen por sí solas para explicar la crisis actual.

El problema viene cuando muchas de las teorías que allí se exponen, debaten y a veces se refutan en el propio programa, aparecen también fuera de ese ámbito para extenderse, como certezas absolutas, entre las redes sociales, webs, blogs, e incluso entre las editoriales o los medios de comunicación.

Aquí habría dos temas a tratar: por un lado las conspiraciones, y por el otro, las llamadas teorías de la conspiración. No voy a negar que las conspiraciones, a lo largo de la Historia, han existido, existen y existirán, pero ¿Cuál es su verdadero alcance?

En primer lugar, si existen conspiraciones, las teorías de la conspiración (TC) se muestran totalmente inútiles a la hora de de tratar de desenmascararlas. Igual que las manías persecutorias, las TC no se basan en pruebas empíricas y razonables ni en sesudos análisis, sino en creencias totalmente irracionales e ideas delirantes, alimentadas en ocasiones por toda clase de prejuicios, análisis subjetivos y falacias.

Aunque pueda darse el caso de que una persona, enferma de manía persecutoria, esté sufriendo al mismo tiempo algún tipo de persecución real, siempre serán dos fenómenos –la manía y la persecución– totalmente independientes y que merecen ser tratados como tales. En ningún caso, el acierto puntual de la sospecha, ha de servir para justificar dicha creencia.

Hay estudios que demuestran que los mecanismos mentales que se ponen en marcha en las mentes “conspiracionistas”, son similares a los de las creencias religiosas, donde se busca una teoría global que lo explique todo, ya sea por ignorancia o por la incapacidad de entender la complejidad de la realidad que nos rodea, siendo la divinidad sustituida por un puñado de conspiradores todopoderosos.

Así, en ocasiones vemos presentar al atentado de las torres gemelas como un autogolpe del gobierno USA para justificar una guerra, a las revueltas árabes como el resultado de maquiavélicos planes diseñados, mucho tiempo atrás, en despachos de Washington o Tel Aviv -sin tener en cuenta que una revuelta es una movilización de masas tan impredecible y difícil de controlar como el estallido de un volcán- o a la actual crisis como una demolición estudiada de la economía para el mayor enriquecimiento de los ya muy ricos.

Lo más peligroso de todo es que según esa idea, no importa lo que suceda. Todo estaría previsto y controlado, obedecería a un plan bien estructurado que nos supera a los simples mortales, en el cual nada es casual y por lo tanto, no valdría la pena intervenir o tomar partido. Si así lo hiciéramos, de todas formas sería algo que ya habrían previsto desde las alturas y no seríamos más que marionetas al servicio de un diabólico plan. Afortunadamente, esto, además de ser totalmente enfermizo, es incierto.

En algunos casos, las propias teorías de la conspiración han sido utilizadas por parte de ciertas élites para atemorizar, engañar o influir, de forma que, rizando el rizo, la verdadera conspiración estaría, en esos casos, en la propia teoría de la conspiración, como ocurrió a en los EEUU durante el macartismo y la caza de brujas.
Al buscar la palabra “conspirar” en el diccionario, la primera definición que encontramos es: “Unirse contra su superior o soberano”. Y aquí tenemos la primera de las contradicciones. Si según las teorías de la conspiración, existe un poder único que, más o menos nos gobierna a todos en la sombra, ¿Qué necesidad tendrían, siendo ellos los “soberanos” del mundo, de conspirar tanto?

A parte de los problemas que plantean las conspiraciones, entre ellos el de la necesidad de que cierto número de personas sean capaces de mantenerse unidas mucho tiempo guardando un secreto, cosa poco factible dada la alta probabilidad de desacuerdos, la existencia de intereses diferentes, los desengaños, traiciones, delaciones, etc., desde la izquierda siempre se ha explicado que las clases gobernantes son, principalmente, predominantemente… reaccionarias.”

La palabra “reacción”, se define, según el DRAE, como: “Acción que se resiste o se opone a otra acción, obrando en sentido contrario a ella”. Así, el adjetivo “reaccionario” será siempre mucho más acertado que el de “conspirador” para explicar las acciones de las élites gobernantes. La palabra “reaccionario” se emplea desde la Revolución Francesa, cuando las élites defensores del antiguo régimen, reaccionaban, valga la redundancia, para evitar los nuevos cambios progresistas que pretendían recortar sus privilegios, y así ha sido desde entonces.




Tal y como afirma el historiador Bruce Cumings (New York, 1943): “[…]Pero si las conspiraciones existen, ellas raramente mueven la historia; hacen una diferencia al margen de vez en cuando, pero con las consecuencias imprevistas de una lógica fuera del control de sus autores: y éste es el error de la "teoría conspirativa". La historia se mueve por las amplias fuerzas y grandes estructuras de las colectividades humanas”. Cumings, Bruce. The Origins of the Korean War, Vol. II, The Roaring of the Cataract, 1947-1950.


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