Estos días se cumple un nuevo aniversario del
golpe militar del 11 de septiembre de 1973 que representó el fin del Gobierno
de la Unidad Popular y la muerte del presidente Salvador Allende. Cada año
recordamos las trágicas circunstancias que acabaron con la democracia en Chile
y escuchamos las últimas palabras de Allende pero pocas veces hablamos de lo
que este periodo significó en la historia de este país. Lo que representó para
miles de chilenos que trabajaron durante tres años para hacer realidad un
proyecto que aspiró sinceramente a avanzar en la construcción de un país más
justo.
En 1970 asumió el Gobierno de Chile una
coalición amplia de partidos de izquierda presidida por el socialista Salvador
Allende. La chilena era entonces una sociedad marcada por la pobreza y la
desigualdad. La burguesía representaba menos del 15% de la población mientras
el proletariado superaba el 58%. Alrededor de 1.256.000 personas, la mitad de
la población activa, recibía ingresos inferiores al salario mínimo, lo que en
la práctica se traducía en que la gran masa de trabajadores no cubría siquiera
sus necesidades básicas.
La chilena era entonces una sociedad marcada
por la pobreza y la desigualdad. La burguesía representaba menos del 15% de la
población mientras el proletariado superaba el 58%
El problema de la vivienda era una de las
cuestiones más acuciantes. Ya en 1952, el primer Censo Nacional de Vivienda
había revelado que un 30% de los chilenos (un porcentaje que ascendía al 36% en
la capital) vivía en chabolas o habitaciones realquiladas que no reunían las
condiciones mínimas de habitabilidad. Esta situación, lejos de mejorar, se
agudizó a lo largo de la segunda mitad del siglo XX de modo que en 1970, de los
casi seis millones de chilenos, dos millones no tenían dónde vivir.
El programa de la Unidad Popular irrumpió así
con la misión urgente de solucionar problemas históricos que afectaban a la
mayor parte de la población. Con un apoyo del 36,6% del electorado, representó
también la culminación de largas luchas populares que se remontaban a mediados
del siglo XIX cuando los primeros movimientos obreros se plantearon la
necesidad de una transformación profunda de la sociedad chilena.
Antes del drama y la derrota que significó el
sangriento golpe militar, la Unidad Popular tuvo también mucho de fiesta. Así
lo constatan historiadores como Julio Pinto Vallejos que han trabajado en los
últimos años para recuperar este periodo de la historia de Chile, mucho tiempo
ausente del análisis académico y de los programas de estudio de las
universidades chilenas. Nombres como Tomás Moulian, Franck Gaudichaud o el propio
Pinto han publicado libros y ensayos que aportan una nueva luz sobre esos mil
días convulsos revelando que, más allá del éxito o los errores concretos que
pudieron producirse, al menos por un momento la historia de Chile se convirtió
en proyecto a realizar y no en dominio eterno e inconmovible de poderes
fácticos. También constatan que una parte importante del programa de la Unidad
Popular se hizo realidad y que al menos algunas de sus medidas, como la
nacionalización de la gran minería, siguen dando frutos hasta hoy.
Salvador Allende llegó a la presidencia de
Chile con la firme promesa de profundizar y culminar el proyecto de reforma
agraria que ya había iniciado el democratacristiano Eduardo Frei. Consistía
básicamente en entregar a los campesinos la posibilidad de cultivar su propia
tierra y salir con ello de la extrema pobreza. Los trabajadores agrícolas, pero
también muchos obreros, tuvieron por primera vez la posibilidad de organizarse
en cooperativas o estructuras público-privadas y controlar su propia producción,
algo que mejoró sus vidas pero también estimuló la productividad general del
país.
Salvador Allende llegó a la presidencia de
Chile con la promesa de culminar el proyecto de reforma agraria que consistía
en dar a los campesinos la posibilidad de cultivar su propia tierra y huir de
la pobreza
En el área de la salud se mejoró el
equipamiento de los hospitales públicos y el acceso a la sanidad de los más
pobres. Los niños tuvieron, también por primera vez en la historia de Chile,
garantizada una alimentación básica mediante la distribución, entre otros
alimentos, de medio litro de leche diario por cada niño.
Desde los primeros meses de gobierno se puso
en marcha un ambicioso plan de construcción de 79.250 viviendas sociales y de
urbanización de 120.500 sitios que estimuló el empleo -al mismo tiempo que
avanzaba en solucionar el problema de vivienda- y una política cultural que, a
través de la creación de una editorial pública, Quimantú, permitió que los
libros dejaran de ser un lujo y se distribuyeran de forma masiva.
Algunas de estas medidas tuvieron sus efectos
en los índices económicos: durante el primer año de gobierno de la Unidad
Popular se redujo considerablemente la desigualdad y el Producto Interior Bruto
creció un 8%, la cifra más alta conseguida nunca por un gobierno chileno.
El electorado valoró los cambios y en las
elecciones municipales de 1971 Unidad Popular obtuvo el 50,29% de los votos,
algo inédito para una coalición de partidos de izquierda en Latinoamérica.
Sin embargo, más allá de las cifras, la Unidad
Popular tuvo mucho de fiesta por iniciativas pioneras en el ámbito del ocio y
la cultura que cambiaron la vida de una parte de los chilenos que habían estado
hasta ese momento privados de ellas. Una de estas iniciativas fue la de la bailarina
inglesa Joan Turner, esposa del cantautor Víctor Jara, que impulsó la creación
del Ballet Popular, un grupo escindido del Ballet Nacional, el único que
existía, que se dedicó a llevar la danza a las zonas marginales y a las
poblaciones rurales del país. El Ballet Popular realizó centenares de
representaciones en todo tipo de circunstancias en una experiencia inédita y en
un campo que estaba reservado a los grandes teatros a los que sólo accedían
unos pocos privilegiados.
También se impulsó un programa de balnearios
populares con la construcción de cabañas y albergues en sitios de playa o de
montaña para permitir que los obreros pudieran disfrutar de unos días de
vacaciones. Miles de chilenos participaron durante tres años en este
experimento inédito: ni antes ni después ha surgido en Chile una iniciativa
dirigida a posibilitar vacaciones a los más pobres.
Es conocido también el Tren de la Cultura, que
puso en marcha el propio Allende, en el que un grupo de 60 artistas se subió a
un tren especialmente habilitado y recorrió localidades remotas del sur de
Chile llevando el teatro, la música y las artes visuales a lugares donde nunca
antes habían llegado. Fue la forma que tuvieron los artistas, un grupo
ampliamente implicado en el proyecto de la Unidad Popular, de hacer la
revolución.
se impulsó un programa de balnearios populares con la construcción de cabañas y albergues en sitios de playa o de montaña para permitir que los obreros pudieran disfrutar de unos días de vacaciones
La revolución fue un objetivo compartido por
los partidos políticos que integraron el Gobierno de Unidad Popular. Para ellos
significaba un cambio total del sistema imperante que implicaba colectivizar la
tierra y entregarla a los campesinos, nacionalizar los bancos y las riquezas básicas,
socializar los medios de producción, eliminar los monopolios y conquistar el
poder político.
Estaban de acuerdo en los fines últimos que
debía perseguir la revolución en Chile pero no sucedía lo mismo con la forma en
que ésta debía materializarse. El Partido Comunista, con el apoyo de una parte
del Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU) y del Partido Radical, era
partidario de una vía gradual, no armada, lo que se conoció como vía chilena al
socialismo. Ésta buscaba compatibilizar algo que no se había puesto nunca antes
en práctica: el socialismo y la democracia en su aceptación más clásica.
Frente a esta corriente, a la que pertenecía
el presidente Salvador Allende, se encontraba una rupturista representada por
la mayor parte del Partido Socialista (al que pertenecía el propio Allende),
otra parte del MAPU, la Izquierda Cristiana y el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR). Sus partidarios sostenían que la clase dominante nunca
renunciaría a su condición sin oponer resistencia y sería la primera en violar
el marco institucional -valiéndose de las fuerzas armadas- para defender sus
privilegios. Para los rupturistas era ineludible hacer la revolución por la vía
armada.
Ésta, como otras cuestiones, ha sido puesta en
duda recientemente por estudios como el de la historiadora Verónica Valdivia,
que desvelan las contradicciones que provocó la vía chilena al socialismo en el
seno del Ejército chileno, donde gran parte de su cúpula, pero también de la
tropa, apoyó sinceramente los cambios y no pensó en violar la legalidad
constitucional hasta el último momento. Análisis como éstos permiten pensar que
el impulso golpista y el fracaso de la Unidad Popular no eran un final necesariamente
inexorable y que la historia de Chile pudo escribirse de otra manera
Beatriz Silva 10/09/2017
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