la locura – Leopoldo María Panero


 «Vivo desde hace quince años en un manicomio. Allí los locos se chivan de las cosas más tontas, y la vida cotidiana es un suplicio consentido.

Para los locos, estar castigado no sólo no incita a la solidaridad, sino que la niega. Recibo algunas visitas, a las que insulto, lo mismo que a los periodistas y editores, que como es obvio se quejan y no me llaman: invoco con los ojos y mentalmente a la cárcel, porque llevo todo ese tiempo pendiente de una extraña pena de muerte, que nadie se explica pero que es real. Para el personal sanitario soy el mal, y me llaman «el monstruo»: la gente me imagina con gafas de concha, y bebiendo orina, como en el MUTUS LIBER un libro antiguo de alquimia. Y es que el único crimen que puede imputárseme es la locura, que para los hombres es el mal, el «peligro amarillo».
No es extraño que los locos se imaginen que son Jesucristo, porque asocian esa palabra con el suplicio y con el limón, en hebreo etrog, que es también amarillo.
Como dije yo en un artículo para El diario vasco, «dicen que el manicomio es un lugar donde se pierde la razón, o donde ayudan a perderla unos cuantos hombres»: o bien: «el loco que llega hablando de la virgen, acaba no diciendo absolutamente nada». En cualquier caso, hablando de Jesucristo, Freud le insufló al hombre de los lobos, quien se creía Jesucristo, que ello era por ser homosexual, y el Hombre le preguntaba «Jesucristo tenía culo?».
Y es que la psiquiatría y/o psicoanálisis es una colonización del llamado enfermo mental, y toda internación es un secuestro del alienado.
Y a pesar de esta colonización, ah el Rey con corona «todas las noches lo veo», como dijera Laing.
Y escribo este texto consultando a mis heces».

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