Conversaciones - Jaime Gil de Biedma

Estos fragmentos forman parte de Jaime Gil de Biedma. Conversaciones, un volumen que Austral reedita 13 años después de que El Aleph publicara un libro que recopila 23 entrevistas al poeta barcelonés, realizadas entre 1972 y 1990. En el prólogo Javier Pérez Escohotado, que ha seleccionado las entrevistas, apunta que tanto la entrevista como la conversación deben considerarse producto de un genio colectivo en el que confluyen «la inteligencia de quien interroga y la brillantez del que responde». También recuerda que Ana María Moix insistía en la faceta de «gran conversador» de Gil de Biedma y que escucharle hablar de cualquier tema se convertía en una experiencia apasionante.





La poesía popular

Mi poesía es popular siempre y cuando tomemos el término popular en un sentido muy restringido, el que expresa la disponibilidad de ser leída con placer por personas que no son habituales lectores de poemas. Lo que ocurre, por otra parte, es que la poesía moderna está concebida para gentes que leen poesía, que también escriben…, o para catedráticos. Cosa que sucede también con la pintura. La pintura moderna está hecha para galeristas y coleccionistas. Yo he tenido la suerte, hasta cierto punto, de escapar a esa perversión de la poesía moderna. No es nada recomendable leer un poema con la preocupación o la angustia de si lo vas a entender o no, que es precisamente la actitud que toman los lectores sofisticados, escritores frustrados o catedráticos instalados. Creo que hay que ser absolutamente vulgar para leer poesía.


La lectura poética

Cuando lees un poema, lo que importa no es entenderlo; lo que importa es que te guste. Y si te gusta, ya lo entenderás, alguna vez lo entenderás. Si te pones a pensar en por qué te ha gustado, acabarás entendiendo el poema. […] Un poema se tiene que leer de una vez, porque es un organismo acústico; es decir, el sentido del poema es un sentido de la totalidad y ningún verso se entiende ni se explica por sí mismo; cada verso está en función del todo; tienes que conocerlo todo antes de comprender cada cosa que haya que comprender en el poema. Resumiendo, tienes que estar con una alerta total de los sentidos, pero a la vez, con una completa pasividad.


La poesía social

La mala conciencia burguesa fue un fenómeno bastante común a toda la gente de mi clase y de mi época. Sin embargo, nosotros no entendíamos la poesía social como la entendían Blas de Otero o Celaya. Hablar en nombre de los obreros nos parecía no sólo un disparate, sino lo más asocial que se podía hacer. Nuestra intención era una poesía de la experiencia social, el mismo tipo de experiencia que se puede recoger en la novelística o en la prosa. La alocución o la exhortación civil no nos interesaban. Nosotros queríamos hablar de la experiencia de ser burgués, por ejemplo. Hablar en nombre de España o del pueblo español, que era lo que hacían Celaya y Otero, nos parecía lo menos social del mundo.

La poesía de la experiencia

La poesía de la experiencia no consiste en escribir acerca de lo que a uno le ha ocurrido, entre otras cosas porque a nadie se le ocurre un poema. Un poema es un ente que pertenece a un orden de realidad estético que no es el orden de la vida. Por tanto, a nadie le ocurre un poema y nadie puede escribir de lo que le ha ocurrido. […] Desde luego, yo he empleado en poemas muchos materiales de sucesos que me habían ocurrido, pero al cabo de un año, por ejemplo, cuando eso ya está completamente ingresado en el poema, eres incapaz de distinguir si aquello te ocurrió o no. Es sencillamente material poético al que se le ha dado forma y que no tiene ya otra realidad que la poética. Poesía de la experiencia es otra cosa: es un modo de concebir el poema, es hacer que el poema sea un simulacro de la propia experiencia real.


El personaje poético

Una gran parte de la poesía moderna, y desde luego también de la mía, consiste en la búsqueda de una identidad. Y llega un momento que, en mi caso, esa identidad es reconocida y asumida: finalmente me reconozco en una identidad, después de muchos años creándola a través de mis poemas. Si buceamos en los poemas que he escrito, encontramos 2 claros ejemplos de lo que digo: «Contra Jaime Gil de Biedma» y «Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma». Ahora bien, escribir poesía es, por encima de todo, imaginación, lo cual implica cierto distanciamiento. En el instante en que una identidad inventada es de verdad asumida, el ciclo se cierra. Es decir, uno de los motivos por los que ya no escribo poesía es porque el personaje de Jaime Gil de Biedma que yo inventé y logré asumir ya no me lo puedo imaginar.


La conversación

La conversación, estéticamente, es algo mucho más importante que la poesía. Lo que me sigue fascinando, de lo que sigo teniendo ganas es de hablar, de hablar con intenciones estéticas, creando efectos, por divertirme y divertir a los demás. La palabra como hecho estético es algo previo y fundamental para la literatura escrita. Donde no se habla bien es difícil que se escriba bien. Y hablar bien significa hablar de una manera divertida, inteligente, coherente y que produzca un efecto estético en los oyentes. Un placer en el hablante.





La militancia política

Un poeta no debe militar en un partido político porque con ello comete un gran disparate. Hay 2 clases de políticos: los que están tan convencidos de lo que predican que no se toman el trabajo de convencer a los demás, y los que no están convencidos de nada, pero conocen la técnica para convencer a los demás. Desgraciadamente, el intelectual no pertenece a ninguno de estos 2 géneros. El intelectual pertenece a otro más incómodo: el género de los que están siempre no intentando convencer a los demás, sino intentando convencerse a sí mismos sin acabar nunca de convencerse del todo. Por eso, el intelectual metido en política va más lejos que nadie. La persona que está intentando convencerse a sí misma irá hasta donde sea con tal de conseguirlo; por eso los intelectuales, cuando se hacen del PC, se hacen estalinistas.


El nacionalismo catalán

Yo diría que la nuestra ha sido una coexistencia pacífica. A mí no se me considera un poeta catalán porque escribo en castellano, pero entonces dime tú qué soy si tenemos en cuenta que me siento mucho más cerca de un poeta catalán que de un andaluz o un mexicano. Yo me defino como un poeta criollo barcelonés, algo así como un italiano de Buenos Aires. Un catalán porteño. Al nacionalismo catalán le ocurre que se apoya en una sola pierna, que es la de la lengua, cuando yo pienso que debería tener dos; y la otra es la religión. Un buen cisma catalán, ya me dirás tú, no sé cómo no lo han hecho, teniendo Montserrat. Algo como lo de los griegos frente a Turquía o lo de los polacos frente a la Unión Soviética.

Jaime Gil de Biedma


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