El nombre de la rosa - UMBERTO ECO





SEGUNDO DÍA
SEXTA
Donde, por un extraño relato de Bencio, llegan a saberse cosas poco edificantes sobre la vida en la abadía.

Lo que Bencio nos dijo fue un poco confuso. Parecía que, realmente, sólo nos había atraído hacia allí para alejarnos del scriptorium, pero también que, incapaz de inventar un pretexto convincente, estaba diciéndonos cosas ciertas, fragmentos de una verdad más grande que él conocía. Nos dijo que por la mañana había estado reticente, pero que ahora, después de una madura reflexión, pensaba que Guillermo debía conocer toda la verdad. Durante la famosa conversación sobre la risa, Berengario se había referido al «finis Africae». ¿De qué se trataba? La biblioteca estaba llena de secretos, y sobre todo de libros que los monjes nunca habían podido consultar.

Las palabras de Guillermo sobre el examen racional de las proposiciones habían causado honda impresión en Bencio. Consideraba que un monje estudioso tenía derecho a conocer todo lo que guardaba la biblioteca. Criticó con ardor el concilio de Soissons, que había condenado a Abelardo. Y, mientras así hablaba, fuimos comprendiendo que aquel monje todavía joven, que se deleitaba en el estudio de la retórica, tenía arrebatos de independencia y aceptaba con dificultad los límites que la disciplina de la abadía imponía a la curiosidad de su intelecto. Siempre me han enseñado a desconfiar de esa clase de curiosidades, pero sé bien que a mi maestro no le disgustaba esa actitud, y advertí que simpatizaba con Bencio y que creía en lo que éste estaba diciendo. En resumen: Bencio nos dijo que no sabía de qué secretos habían hablado Adelmo, Venancio y Berengario, pero que no le hubiese desagradado que de aquella triste historia surgiera alguna claridad sobre la forma en que se administraba la biblioteca, y que confiaba en que mi maestro, como quiera que desenredase la madeja del asunto, extrayera elementos susceptibles de hacer que el Abad se sintiese inclinado a suavizar la disciplina intelectual que pesaba sobre los monjes; venidos de tan lejos, como él, añadió, precisamente para nutrir su intelecto con las maravillas que escondía el amplio vientre de la biblioteca.

UMBERTO ECO
Traducción de Ricardo Pochtar

Enlaces:

Umberto Eco escribió una carta de amor a los buenos profesores



Comentarios