Antoine Doinel es un personaje cinematográfico de ficción creado por el director
francés François Truffaut.
El artista y su
desnudo manifiesto. Antoine Doinel, personaje y alter ego de François Truffaut
y encarnado por Jean-Pierre Léaud. La perspectiva desde la niñez y adolescencia
a la madurez en cuatro películas y un cortometraje: un recorrido de Léaud y
Truffaut desde 1958 hasta 1978.
A Doinel lo acompaña el personaje de Christine Darbon,
su amiga y después novia y mujer. El papel encarnado por Claude Jade.
Los títulos son
Los 400 golpes (1958), Antoine et
Colette (1962), (perteneciente a El amor a los veinte años, una película de varias historias codirigida con MarcelOphüls, Andrzej Wajda, Renzo Rossellini, y Shintarô Ishihara.) Besos robados
(1968), Domicilio conyugal (1970), El
amor en fuga (1978). El resto de su obra (especialmente La noche americana y La
piel dura) rebosan también con confesiones y recuerdos de su vida.
Toda la saga de
Antoine Doinel se presenta de manera progresiva. Primero, los pesares y
rebeldías del niño malquerido; enseguida, el corto perteneciente a la película
El amor a los veinte años, donde Antoine vive un amor platónico con una
muchacha llamada Colette. Después, Antoine en pos de trabajo y de novia,
cortejando a una chica formal violinista, Christine Darbon (Claude Jade); en
tercer lugar, los avatares de la vida matrimonial con Christine, un embarazo y
la irrupción de una japonesita de película. Para finalizar, Antoine, al borde
del divorcio de Christine-Claude Jade, se reencuentra con la primera novia, lo
que le permite relatar la historia de su vida y sus amores Los cinco films
sobre la vida de Antoine Doinel componen
una maravillosa biografía de ficción.
Aunque, en
cierto modo, Los 400 golpes responde bastante bien a la estructura de sketches
de las posteriores películas. En un principio, Truffaut concibió una serie de
relatos cortos en torno a la figura del niño disconforme que fue él (con
anécdotas, todas reales suyas; o a veces de amigos y conocidos, o cogidas de los
diarios)
Al final de Los
400 golpes comienza la carrera de Doinel, que atraviesa sin cese la genial
Besos robados, Domicilio conyugal y la ya casi ochentera Amor en fuga: cuando
se escapa, al final. Debajo de un puente, en esa campiña, mientras el desorientado
celador que le busca pasa por encima corriendo, recuerda a 39 escalones
(Hitchcock, 1935) o a Escape (Mankiewicz, 1948). Ya a partir de ahí Doinel no
para.
Si Antoine et
Colette continúa la estela sobria de Doinel con un amorío que volverá a
aparecer en otras películas posteriores, Besos robados, es una renovación. Un
salto, que marca el rumbo de esta descontrolada y deshilachada serie de
encuentros de Doinel. Aparece la comedia genuina y aparece el personaje de
Christine (Claude Jade), su paciente novia y posterior esposa, y ex esposa, que
envejecerá junto a él hasta el año 78.
Doinel va
creciendo a su lado, como los protagonistas de las series de la tele. Aparte,
Amor en fuga tiene mucho de conclusión serial, incorporando refritos, como
flashbacks: es la más floja aunque tenga fotografía de Néstor Almendros y a
Deleure haciendo la banda sonora.
Los 400 golpes
Los
cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959). Fue su primer
largometraje. Es considerada una de las primeras obras de la denominada Nouvelle
vague. Dedicada a su padre intelectual André Bazin y gran éxito de Cannes
El título se
refiere a una expresión francesa cuya traducción podría ser "hacer las mil
y una", refiriéndose a todas las trasgresiones del personaje en la
película, aunque también juega con el significado estricto de la expresión, es
decir, con la enorme cantidad de golpes que la vida propina al protagonista
Antoine Doinel tenía
12 años cuando le vimos por primera vez, es un adolescente parisino no especialmente
querido por su familia. Su madre, que lo tuvo de soltera, tiene una conducta
severa con él, su padrastro por su parte hace lo posible por tolerarlo. La
falta de atención de su familia hace de Doinel un alumno díscolo en el colegio,
pero sus travesuras y la mala suerte que tiene al descubrir a su madre con un
amante, hacen que se vaya encaminado progresivamente hacia el delito, lo cual
dará pie para que su madre junto a su padrastro puedan buscar deshacerse del
muchacho con mayor ímpetu, mientras él sufre todos los golpes que le da la vida
a su tan corta edad Y cuando, en un momento de descuido de la vigilancia del
centro, el sagaz Antoine aprovecha para escapar corriendo por el bosque, sin
mirar atrás, sin detenerse a descansar, movido por un irrefrenable deseo de
libertad, no se puede sino alentarle en su fuga. Corre y corre hasta llegar al
mar, pisar arena de playa por primera vez en su vida, mojarse los zapatos y
mirar fijamente la inmensidad del océano. El pequeño Antoine Doinel ha
triunfado, los ha dejado a todos atrás y se ha valido de sí mismo para cumplir
uno de sus sueños: ver el mar. Truffaut nos despide de Antoine en esa playa,
mirando a cámara, es decir, mirándonos directamente a los ojos. Es, quizás, el
mas bello final del cine.
Truffaut no solo
contó la historia de un niño como el que él fue, sino la historia de una época,
en su film cristalizó la identidad de una generación de posguerra, urbana,
alegre y al mismo tiempo aún cohibida por el eco histórico de la ocupación. Una
generación de niños con ansias de libertad que encontraban su primer objetivo
de rebelión en el sistema de enseñanza francés, escolástico y autoritario. Hizo
ese retrato social, dibujó esa atmósfera hermosamente lluviosa del París
otoñal, de la ciudad prometida para las artes y la bohemia. Pero además dejó
una de las narraciones más auténticas sobre la infancia. En Los 400 golpes
están los sufrimientos y alegrías de los niños de todas las generaciones, el
sueño de crecer, la huída, el descubrir terrenos imposibles, la incomprensión
del amor. Y por supuesto, lo que la convirtió en obra maestra, una forma de
rodar nueva para contar todo eso, una manera diferente, en la que el movimiento
sería una cuestión moral.
Antoine y Colette
Volvimos a
encontrarnos con Antoine en París, una mañana pocos años después de su huída.
Fue entonces cuando descubrimos que su escapada infantil duró cinco días, que
después fue ingresado de nuevo en un reformatorio, esta vez uno con mayores
medidas de vigilancia. El narrador de Antoine y Colette nos desvela, nada más arrancar
el episodio del film colectivo El amor a los veinte años, antes de ver al joven
Antoine, que después de los cuatrocientos golpes de su infancia, al fin ha
logrado cumplir su sueño: tener un trabajo, pagarse un apartamento propio y ser
completamente independiente, sin tener que rendir cuentas a nadie.
Antoine tiene
entonces 17 años y trabaja en la
Phillips , haciendo discos de vinilo, su primer trabajo —y uno
de los pocos normales que tendrá en la vida que le conoceremos. En su tiempo
libre acude a los conciertos de las Juventudes Musicales, es allí donde el amor
le sacude por primera vez. Conoce a Colette, otra joven aficionada a la música
clásica. Tiene su primera experiencia con las mujeres, idealizada en la
distancia que separa sus butacas en los conciertos, veremos al pobre Antoine
vencer sus primeros miedos con el amor, la gran preocupación que le dominará en
adelante. El aún un poco niño Antoine sufre por Colette, que nos lo deja
abandonado con sus casi primeros suegros, con el corazón roto, humillado. La
felicidad que nos produjo volver a saber de Antoine se queda con un regusto
amargo al tener que volver a despedirlo en una encrucijada, herido.
Besos robados
Si Antoine et
Colette continúa la estela sobria de Doinel con un amorío que volverá a aparecer
en otras películas posteriores, Besos robados, es una renovación. Un salto, que
marca el rumbo de esta descontrolada y deshilachada serie de encuentros de
Doinel. Aparece la comedia genuina, el continúa tema del amor del mediometraje,
y aparece el personaje de Christine (Claude Jade), su paciente novia y
posterior esposa, y ex esposa, que envejecerá junto a él hasta el año 78.
Hay deshonores
que son un honor. Volvimos a saber de nuestro querido Antoine Doinel en el
momento de ser licenciado del ejército tras un intento de deserción. La
recuperación de su libertad, la vuelta a la vida civil significa la búsqueda de
Christine Darbon, un nuevo amor que nos es conocido por primera vez. Christine,
como Colette, otra hija de padres amables, será a la postre el gran amor de
Antoine. El joven vuelve a París, a la vida, y lo hace de la única manera que
le es natural, corriendo, corriendo como si fuera el último día antes de morir,
intempestivo y melancólico.
Besos robados
es, tal vez, la mejor de las películas de Antoine Doinel después de Los 400
golpes. Truffaut ofrece algunas secuencias verdaderamente inolvidables. Antoine
y Christinne experimentarán el tira y afloja, las contradicciones del amor
juvenil, el vértigo de conocerse a uno mismo mediante la experiencia de
descubrir en su intimidad a otro ser humano. Antoine frente al espejo de su
cuarto de baño, mirándose fijamente, concentrado, repitiendo el nombre de su
amor, Christinne Darbon, hasta dominar todas sus sílabas, domesticando el
sonido de sus letras. Y después el suyo, que se le atraganta, su propio nombre,
con que el que se trastabilla, convertido en un trabalenguas: “Antoine Doinel.
Antoine Doinel. Antoine Doinel; Antoine Doinel, Antoine Doinel Antoine Doinel
AntoinedoinelAntoinedoinelantoinedoinel”. La secuencia es uno de los mejores
ejemplos de siempre del cine de autor, sus nuevas formas y preocupaciones. Una
secuencia que, a buen seguro, el mismo Ingmar Bergman hubiera gustado de
filmar. Al bueno de Antoine le dejamos en delicadas manos, las de la adorable
Christinne, enseñándole —en otra secuencia memorable— cómo untar una tostada de
mantequilla sin que se rompa, tan sencillo (y tan difícil) como colocar dos
tostadas juntas, una encima de otra.
Domicilio conyugal
Comiendo
mandarinas —un extraño símbolo truffatiano— le vimos quedarse frente al
televisor con los padres de la insensible y cruel Colette, con el corazón hecho
trizas. Y con mandarinas para su paladar arrancan los años de felicidad
matrimonial de Antoine, junto a Christine. La primera secuencia de Domicilio
conyugal, la cuarta película sobre la vida de Antoine Doinel, es la primera que
no comienza con su atribulado protagonista. Otro personaje le ha robado la
iniciativa por mérito propio, la bella y sonriente Christine, con la que recién
acaba de casarse, pasea por París con su violín a cuestas, regalando sonrisas y
comprando mandarinas para su Antoine. No se puede quejar el eterno corredor en
fuga, lo tiene todo, una compañera magnífica, un pisito en un bloque de vecinos
locos y encantadores, y un oficio tan cómodo e imposible como el de vendedor de
flores tintadas de colores que él cree inventar.
Antoine, que ya
en Besos robados pasará por toda suerte de oficios peculiares —de recepcionista
de hotel a detective privado—, continúa engrosando su estrambótico currículum,
dejando el negocio de las flores coloreadas por el de piloto a control remoto
de maquetas acuáticas en una multinacional estadounidense de no se sabe muy
bien qué sector. Será allí, en el pequeño lago artificial en las dependencias
de la empresa, donde conocerá a una enigmática señorita japonesa que le roba el
corazón. Antoine deberá enfrentarse a uno de los momentos más críticos de su
vida adulta al encontrar a la desengañada Christine vestida de pies a cabeza
con un traje tradicional nipón. La fuerza de tal impacto no bastará para que
reconsidere su aventura, habrá de ser él, por sí mismo, quien deje atrás el
desliz y reconozca sus errores.
Antoine es el
mentiroso más torpe del mundo, el adulto más inmaduro que el niño que fue. Es
Antoine, un personaje totalmente creíble, pero más ficticio que nunca. Un
personaje que ha cobrado vida y parece actuar por sí mismo, en función a las
normas de un universo igual de ficticio, tan creíble pero imposible como para
que Christine le acabe perdonando y vuelvan a disfrutar de la vida en común.
El amor en fuga
“Toda mi vida no
es más que correr sobre cosas que asombran”, dice la canción de Alain Souchon
que sirve de banda sonora para el último de los capítulos que veremos de la
primera parte de la vida de Antoine Doinel.
Alphonse, el
hijo de Antoine y Christinne, tiene ya nueve años cuando comienza El amor en
fuga —último de los films sobre Antoine Doinel—, y sus padres están
definitivamente separados y a punto de ser el primer matrimonio de Francia en
divorciarse de mutuo acuerdo. Al final, el incorregible Antoine ha seguido
haciendo de las suyas, y pierde a Christinne. Sigue igual de inmaduro con
treinta y tantos que a los veinte, quizá
más. Ha cumplido su sueño de escribir una novela —autobiográfica, por supuesto—
y de publicarla, y trabaja como corrector de pruebas en una imprenta. Su nuevo
amor se llama Sabine, es más joven que él, y resulta una mezcla perfecta de sus
dos grandes amores anteriores, Colette y Christine. ¿Será el amor definitivo,
el que le haga sentar la cabeza? De inicio no parece que ese vaya a ser su
destino. En El amor en fuga Truffaut se decide a dar
carpetazo a Doinel, un alter ego que desarrolló identidad propia y que ya vuela
por sí solo. Pero antes de eso estará obligado a hacer examen de conciencia.
El amor en fuga
es una delicia nostálgica para todos los viejos conocidos de Antoine Doinel.
Tiene desde el minuto uno ese halo de la despedida que se sabe. Y lo único que
queremos, llegados a este punto, es que Antoine sea feliz. Es un liante, no
cabe duda, pero le tenemos tanto cariño, nos recuerda tanto al niño que fue,
que no podemos sino sentir conmiseración por su ingenuidad, por la fragilidad
de su fortaleza siempre atacada. Queremos que tenga suerte y que se le perdonen
los errores, porque descubrimos que no siempre son culpa suya. Es emocionante y
triste conocer la historia de la muerte de sus padres, el por qué no estuvo en
el funeral de su madre. Es emocionante y triste ver de nuevo a Colette y el
amor —como de primos— que le profesa a su Antoine, la sonrisa de esa mujer
trágica al ver de lejos a su viejo amigo y decir: “Antoine se va corriendo, por
lo visto no cambiará nunca”. Así es, Antoine no cambiará nunca, saldrá siempre
corriendo cuando menos se espere, subirá a un tren sin billete solo porque
necesita hablar sin parar con alguien que ha visto, y no importa que lo lleve a
cientos de kilómetros. Él estará siempre donde le mande su corazón
imprevisible.
Antoine Doinel
es un personaje maravilloso, primero un niño con mirada de adulto, luego un
adulto con mirada de niño. La última vez que le vimos, besándose con Sabine en
una tienda de discos bajo la música de Alain Souchon, sintiéndose en ese beso
como cuando de niño montó en una atracción que le hacía dar vueltas sin parar,
y sentirse ingrávido, zarandeado, pero de placer, de felicidad, es el final
perfecto para una vida inventada que no pudo ser más verdad. El eterno niño en
fuga que siempre estará viendo el mar.
El hombre hecho
cine. Aparte aquellos afanes sesenteros de un nuevo lenguaje, aparte del empleo
de los códigos del montaje, de las diagonales del encuadre, del color y el uso
de la profundidad de campo, está este simple asunto humano, el inevitable tema
de la proyección personal, del drama y sus implicaciones. Un hombre, que
representa a todos los hombres y a todos sus dramas en sí mismo.
Universal e intransferible al mismo tiempo. Por un camino revolucionario, por un camino reaccionario, por un camino velado, por un camino lúdico o ambicioso, o por la franca autobiografía un artista se encuentra a sí mismo, o no. Esta es la historia de cómo François Truffaut, duplicándose con rigor, se reinventó. Fiel a su mundo, se fabricó uno paralelo casi idéntico. Fiel a sí mismo, se apuntaló en la carne de Jean-Pierre Léaud. Y salió ese chico apesadumbrado y autodidacta que por las mañanas de frío se ponía la ropa de calle por encima del pijama para ir al colegio. En un momento dado se puso a correr, y ya no paró.
Universal e intransferible al mismo tiempo. Por un camino revolucionario, por un camino reaccionario, por un camino velado, por un camino lúdico o ambicioso, o por la franca autobiografía un artista se encuentra a sí mismo, o no. Esta es la historia de cómo François Truffaut, duplicándose con rigor, se reinventó. Fiel a su mundo, se fabricó uno paralelo casi idéntico. Fiel a sí mismo, se apuntaló en la carne de Jean-Pierre Léaud. Y salió ese chico apesadumbrado y autodidacta que por las mañanas de frío se ponía la ropa de calle por encima del pijama para ir al colegio. En un momento dado se puso a correr, y ya no paró.
Enlaces
Arte y realidad - François Truffaut
Fuentes:
http://revistamagnolia.es/2014/09/las-aventuras-de-antoine-doinel-francois-truffaut/
http://www.cinemania.es/noticias/te-voy-a-contar-mi-vida-10-directores-aficionados-a-la-autobiografia/
https://vimeo.com/119860863
http://www.cameo.es/catalogo/peliculas/pack-las-aventuras-de-antoine-doinel#.WBHfgfmLRPY
https://es.wikipedia.org/wiki/Antoine_Doinel
http://contrapicado.net/article/%E2%80%98besos-robados%E2%80%99-la-educacion-sentimental-de-antoine-doinel/
http://drugstoremag.es/2016/02/la-azarosa-vida-de-antoine-doinel/
https://es.wikipedia.org/wiki/Fran%C3%A7ois_Truffaut
http://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/9589/Francois%20Truffaut
http://www.mgar.net/cine/dir/truffaut.htm
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