Joan Manuel Serrat, junto a Josep Mas 'Kitflus' y Ricard Miralles. MASSIMILIANO MINOCRI |
No es fácil alcanzar la lucidez y el
equilibrio de los que hace gala Joan Manuel Serrat
Hace algo más de un mes, el cuadernillo de
Cataluña de este diario publicaba la noticia del concierto cuya preparación
estaban ultimando los músicos Ricard Miralles y Kitflus con versiones exclusivamente
al piano de canciones de Joan Manuel Serrat, con el que tanto han colaborado
ambos. Confieso que reparé en la noticia por la foto que acompañaba al
reportaje. En ella se podía ver a Ricard Miralles, sentado ante el teclado de
un piano de cola, y de pie, acodados sobre su negra madera, a Kitflus y a un
Joan Manuel Serrat relajado y sonriente. Feliz.
En el cuerpo del texto el lector podía
encontrar los motivos de la felicidad del cantautor, que él mismo no se
recataba en explicitar: “Tengo la suerte de no tener la necesidad de hacer un
disco obligatoriamente. Si van saliendo cosas y me gustan lo haremos”. Sin duda
los habrá que no encuentren en esta afirmación nada particularmente llamativo,
y hagan de ella una lectura en clave casi triunfalista, como si Serrat
pretendiera señalar que, alcanzadas determinadas metas en la vida, apenas queda
ya nada por lo que valga la pena continuar luchando.
Pero también se pueden entender sus palabras
desde otra perspectiva, la de aquel que, sabio, ha llegado al convencimiento de
que la metáfora de la propia vida como un pedaleo interminable que no cabe
interrumpir sin riesgo de padecer una caída no puede tutelar la totalidad de la
propia existencia. Sin duda hay etapas vitales en las que la presión del
entorno prácticamente nos obliga a concebir buena parte (cuando no el grueso)
de nuestras actividades en términos instrumentales, como meros medios para
alcanzar los objetivos que nos hayamos podido fijar. Pero en algún momento esa
lógica debe finalizar, si no queremos que nuestras vidas por entero queden
convertidas en una inacabable carrera en la que el cumplimiento de los fines
proclamados se ve constantemente pospuesto, mientras que, en la práctica, los
medios en cuestión acaban convertidos en los únicos fines efectivos.
En realidad, tenemos derecho a sospechar que
muchas de las personas que se complacen en declarar que cosas tales como la
fama, el dinero o el poder solo les importan en tanto que herramientas para
alcanzar unos determinados fines —ellos sí genuinamente valiosos— funcionan, en
lo más profundo de su corazoncito, con una valoración de signo exactamente
opuesto. Porque la perseverancia de sus actos (el apego hacia lo que, de
puertas para afuera, proclaman desdeñar) parece probar que ese “poder hacer lo
que de verdad me gusta” al que a menudo aluden como el auténtico horizonte
hacia al que orientan sus vidas es en realidad ya su presente y lo que
realmente les gusta es... la fama, el dinero o el poder.
Hay que estar muy seguro de quién se es y de
lo que se quiere para abandonar los planteamientos basados en la utilidad y el
provecho
Aunque tal vez deberíamos ser benévolos con
quienes incurren en esta particular modalidad de autoengaño, allegable a lo que
en otros tiempos se hubiera denominado alienación, y no interpretar sus
conductas en términos de simple hipocresía social. No es fácil alcanzar la
lucidez y el equilibrio que le permitan a uno poner el punto y final a la
lógica teleológica, a la insaciable dinámica de los proyectos, los objetivos o
las metas. Hay que estar muy seguro de quién se es y de lo que verdaderamente
se quiere para abandonar los planteamientos basados en la utilidad y el
provecho, optando en su lugar por lo que satisface y colma, lo que hace feliz
en sí mismo.
Eso creo que se permitió hace algunos años
Serrat, cuando decidió grabar aquel maravilloso Tarrés. Ojalá un día se anime a
continuar por la misma senda y se conceda el gustazo de ponerle su voz a
algunos clásicos de la música popular de su infancia, a aquellas canciones que,
de niños, cuando todavía era una rareza el tocadiscos doméstico, solo nos era
dado escuchar en las emisoras de radio que programaban “discos solicitados”, o
en las voces de las mujeres que las cantaban en los patios, mientras andaban atareadas
con las faenas de la casa. De hecho, no conozco versiones más hondamente
conmovedoras y sentidas de Un mundo raro o de Contigo en la distancia que las
interpretadas por él.
Lo diré de otra forma. El verso de Jaime Gil
de Biedma que tanto nos fascinaba en nuestra juventud, únicamente ahora, cuando
aquel tiempo queda tan atrás, se abre como una flor y nos muestra por fin, con
desvergonzada impudicia, la verdad del secreto que albergaba: “Un orden devivir, es la sabiduría”.
Manuel Cruz (El País, 19/5/2016)
catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, y es diputado del PSC en el Congreso de los Diputados.
Fuentes:catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, y es diputado del PSC en el Congreso de los Diputados.
Enlaces:
http://elpais.com/elpais/2016/05/19/opinion/1463649714_016207.html?id_externo_rsoc=FB_CC
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/04/19/catalunya/1461020544_246907.html
http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/serrat-sense-serrat-entradas-concierto-luz-gas-mas-miralles-5045865
http://www.luzdegas.com/index.php/cat/programacio/item/1105-les-cancons-de-serrat-sense-serrat
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/04/19/catalunya/1461020544_246907.html
http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/serrat-sense-serrat-entradas-concierto-luz-gas-mas-miralles-5045865
http://www.luzdegas.com/index.php/cat/programacio/item/1105-les-cancons-de-serrat-sense-serrat
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