Los que
meten las narices donde no les llaman. Los testigos incómodos. Los que dicen
las verdades a los poderosos. Los que burlan la censura. Los que saben
demasiado y luego lo cuentan. Todos están en el punto de mira, especialmente
allí donde se concentran los mayores abusos de poder, los negocios sucios y las
guerras, que son el más sucio de los negocios sucios. Afganistán, por ejemplo,
país donde ya se perdió la memoria de cuando hubo paz: cayeron diez en una sola
noche, el pasado 30 de abril.
También caen
a puñados en las nuevas guerras que se libran en territorios inciertos, en los
suburbios de América Latina, donde campan a sus anchas los clanes de
delincuentes, traficantes, policías y militares corruptos. Ahí México se lleva
la palma: el país más mortífero del mundo para los periodistas, según
Reporteros sin Fronteras, y uno de los que tiene más desaparecidos, según nos
recuerda Elena Poniatowska: más de 36.000 desde la matanza de Tlatelolco en1968. (Solo la muerte doma a los estudiantes, El País, 4 de octubre).
Caen sobre
todo bajo las dictaduras de todo signo, las personales y las de partido, de
derechas y de izquierdas, y caen todos, los profesionales como los aficionados
surgidos de las redes. En China y en Venezuela, en Rusia y en Arabia Saudí.
Desaparecen, se pudren en las cárceles o se les ejecuta en la plaza pública o
en el portal de su casa, como sucede reiteradamente en Rusia desde el asesinato
de la gran Ana Politovskaya, hace ya 12 años.
Caen también
aquí cerca, demasiado cerca, en el perímetro aparentemente más civilizado de laUnión Europea y justo cuando investigan el uso corrupto de los fondos europeos:
en Malta, en Eslovaquia, en Bulgaria. Como si quisiéramos acercarnos a Rusia o
a Arabia Saudí en vez de separarnos de la infección autocrática.
Pero jamás
se había visto, al menos desde los años 30 del pasado siglo, que un periodista
como Jamal Kashoggi desapareciera, probablemente asesinado y descuartizado, en
la instalación consular de un Estado aparentemente respetable, socio comercial
e incluso aliado estratégico de Estados Unidos, y también de España. Difícil
creer que el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, pudiera dar una orden
tan criminal sin sentirse a cubierto bajo una presidencia como la de Trump,
alérgica a la verdad y enemiga del periodismo. Es un terrible error de cálculo
que pagará muy caro. Por más que Trump se esfuerce en minimizarlo, la dimensión
del crimen no le permitirá mirar hacia otro lado.
LLUÍS BASSETS
Fuentes:
https://elpais.com/elpais/2018/10/13/opinion/1539448755_805706.html?id_externo_rsoc=FB_CC
https://en.unesco.org/sites/default/files/unesco_report_spanish_rgb.pdf
https://en.unesco.org/sites/default/files/unesco_report_spanish_rgb.pdf
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