No hay que
contar con su arrepentimiento,
ni hay que
esperar del cielo este trabajo:
el que trajo
a la tierra este tormento
debe
encontrar sus jueces aquí abajo,
por la
justicia y por el escarmiento.
No lo
aniquilaremos por venganza
sino por lo
que canto y lo que infundo:
mi razón es
la paz y la esperanza.
Nuestros
amores son de todo el mundo.
Y el insecto
voraz no se suicida
sino que
enrosca y clava su veneno
hasta que
con canción insecticida,
levantando
en el aiba mi tintero,
llame a
todos los hombres a borrar
al Jefe
ensangrentado y embustero,
que mandó
por el cielo y por el mar
que no
vivieran más pueblos enteros,
pueblos de
amor y de sabiduría
que en aquel
otro extremo del planeta,
en Vietnam,
en lejanas alquerías,
junto al
arroz, en blancas bicicletas
fundaban el
amor y la alegría:
pueblos que
Nixon, el analfabeto,
ni siquiera
de nombre conocía
y que mandó
matar con un decreto
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