El Perfil - Joan López

Hacía ya mucho tiempo que mi amigo venía diciendo que se le estaba hinchando cierta parte de su anatomía. Y a base de bien. ¡No se imaginan ustedes con qué contundencia solía decirlo! Fue por eso que, cuando volvió a escuchar por enésima vez aquello de “buscamos otros perfil” decidió que ésa sería la última vez que estaba dispuesto a oír esa frase.
El vocablo “perfil”, muy utilizado por los responsables de Recursos Humanos, tenía parte de culpa de dicha hinchazón. En esos departamentos, las empresas o entidades suelen catalogar, clasificar y determinar la valía de las personas en cuestión de minutos.
Por mi parte, no siendo un entendido en la materia, catalogaría su perfil como el de “el clásico currante de toda la vida”. Pero con matices importantes. Es decir, ciertamente se trata de uno de esos trabajadores que ya tienen el cuerpo acostumbrado a muchos madrugones, a las seis de la mañana, a las cinco y media o a la hora que convenga para llegar puntual a una dura jornada laboral. Pertenecía a esa clase de trabajadores que, además del salario, también buscaban el reconocimiento a su esfuerzo y la satisfacción del trabajo bien hecho, consciente de que no existe otra forma de ganarse el pan que con el sudor de la frente.
No podía ser de otra manera, pues así habían sido las cosas en su casa, así lo habían educado sus padres y los padres de sus padres, y así le habían enseñado que podría llegar a labrarse un porvenir. Tampoco me extrañó cuando me confesó en cierta ocasión, con cierta mezcla de arrepentimiento y rencor, que hasta no hace mucho presumía incluso de los años que era capaz de aguantar trabajando sin pillar un solo día de baja laboral por enfermedad, así estuviese agonizando. Realmente, cualquiera que sea el nombre técnico de su perfil oficial, les aseguro que ése es un aspecto que encaja perfectamente con el suyo. Lamentablemente, parece ser que estas cualidades ni siquiera tienen la categoría de perfil, y por lo tanto son despreciadas.
Pero ahora llegan los matices que vienen a enriquecer su valía, pues con la definición de “clásico currante” alguien podría pensar erróneamente que se trata de una persona muy trabajadora, sí, pero tal vez excesivamente rígida, adaptada a un trabajo rutinario y poco cualificado, algo así como “de la vieja escuela”. Nada de eso. Aunque sus inicios laborales, ya de jovencito, fueron duros y sus primeros trabajos no requerían demasiada cualificación, sé de buena tinta que a la vez que trabajaba, y gracias a su primer sueldo, consiguió realizar estudios universitarios, convencido de que el esfuerzo y la constancia traerían su recompensa. La vida nunca le había regalado nada. Siempre adaptable a las circunstancias y las necesidades del momento, ya sea trabajando en solitario o en equipo, nunca entendió a aquellos compañeros que solían decir “a mí no me pagan para hacer esto”. Como él decía a menudo, una vez está uno en su puesto, de lo que se trata es que salga bien el trabajo.
Con los años, tras una larga trayectoria laboral en un puesto mal pagado y desagradecido, y gracias a una experiencia laboral previa, llegó a trabajar en la Generalitat de Catalunya, en un cargo que requería cierta responsabilidad y conocimientos. Dado el nivel de enchufismo existente, es importante destacar lo de la “experiencia previa”. Y allí estuvo de forma intermitente durante casi cinco años, de contrato en contrato. De haber entrado quizás una década antes, y con un poco de esfuerzo, ya habría tenido trabajo asegurado para toda la vida. Pero para entonces la crisis ya estaba arrancando y los contratos de los que disfrutaba siempre eran temporales. Cuando no había trabajo, procuraba formarse en cualquier chorrada en algún curso de esos que ofrecen en los Servicios de Empleo, donde se ofrece de todo menos empleo, y que como todos sabemos sólo sirven para bajar de forma ficticia las cifras del paro, ya saben ustedes, que si Windows básico, que si un poco de Excel o Photoshop…. A veces reía diciendo que sólo le faltaba hacer macramé, sin saber mucho a qué se refería con eso.
Todo comenzó a complicarse cuando Artur Mas y su partido ganó las elecciones por primera vez, prometiendo que no habría recortes. Entonces, los recortes se intensificaron. A partir de ahí los contratos temporales eran cada vez más espaciados, y entre contrato y contrato se le iba agotando la prestación por desempleo. Buscar un trabajo alternativo en plena crisis se había convertido en una quimera, y cuando por fin regresaba a la oficina tras una larga travesía por el desierto, muchos de sus anteriores compañeros ya se habían quedado por el camino. Sencillamente no los habían reclamado. – ¿Cuándo me tocará a mí? – se preguntaba siempre angustiado. Y la angustia se le alojó en el estómago y le afectó también a los pulmones, pues los catarros comunes y las gripes se le complicaban al pillarle siempre bajo de defensas. Y cómo no, acabó alojándose también en su sistema nervioso. Sin contar con ciertas partes de su anatomía tendentes a la hinchazón, aunque ésta fuera figurada.
Finalmente, en un momento dado, más de 350 trabajadores de su departamento se quedaron en la calle de golpe, con la perspectiva de no volver nunca más. Él entre ellos. Por aquel entonces, las banderas independentistas ahogaban los gritos desesperados de aquellos cientos de trabajadores cuyo caso no era noticia. Cientos de empleados perdían también su empleo cada día, y eso tampoco era ya noticia.
- ¡Oh!- Si la autocensura de lo políticamente correcto me permitiera redactar las expresiones con las que él, con tan pocas, precisas y contundentes palabras, expresaba sus emociones y describía su experiencia de los hechos, estoy convencido de que los lectores de este relato, más allá de que alguien pudiera hipócritamente escandalizarse por el vocabulario empleado, podrían comprenderlo mejor.
Y así se encontró casi a los cuarenta años buscando trabajo como un desesperado, mostrando “perfiles” y tratando de “adaptar” currículos. En un momento dado me dijo que con esto de la crisis y habiendo tanto personal a escoger para los escasos puestos de trabajo, debía ser que estos de “Recursos Humanos” se veían obligados a reinventarse constantemente y ponérnoslo más difícil para justificar su empleo y sueldo, antes de que alguien descubra que lanzar una moneda al aire a cara o cruz proporcionaría a las empresas similares resultados a un precio más económico. De hecho, en una ocasión logró participar en un proceso de selección para un plan de ocupación de unos meses en un ayuntamiento en el que la fase final no fue otra que un sorteo aleatorio en base a un número asignado. Me dijo que tal vez fue el proceso más justo y equitativo de todos los que participó, aunque lo mismo le podía haber tocado una plaza a él, como a un individuo visiblemente perturbado que andaba por allí y no hacía más que repetir a todo el mundo que aquello era tongo, que estaba todo amañado, y afirmaba a gritos cosas muy feas sobre la profesión de la madre de la alcaldesa y de la propia alcaldesa. Por lo visto, ni él ni el perturbado tuvieron suerte.
Peor suerte tuvo un amigo común, suyo y mío, que a la sazón había participado en otro proceso de selección de otro ayuntamiento y acabó recibiendo una calificación de “No Apto” para un puesto de electricista, sector en el que había trabajado durante diez años. Surrealista.
Mientras tanto, fueron muchas las experiencias humillantes que sufrió a causa de los “perfiles” en empresas a las que él solía describir con cierta palabra escatológica. A veces también se refería a ellas simplemente pronunciando la consonante “M”. Trabajos de “M” con contratos de “M” y salarios de “M”. Aún así; -¡Qué desgraciado soy! -pensaba. Pues hasta la “M” se la negaban.
Trabajó unos días, quizás semanas, en eso que se llama telemarketing y que consiste en vender por teléfono. Parece ser que consiguió vender algunos trastos inútiles a inocentes ciudadanos que ni los necesitaban ni les sobraba el dinero para comprarlos, pero estando aún a prueba, un mal día en el que los nervios le hicieron una mala jugada, no alcanzó los objetivos establecidos. “No da usted con el perfil que buscamos”. -Le dijeron al finalizar la jornada.
En ese momento, se vio forzado a practicar una fuerte contención muscular con la que consiguió frenar a tiempo la repentina fuerza descomunal que impelía a su mano derecha salir disparada en forma de santísima hostia contra el perfil izquierdo de quien, pensó, al fin y al cabo, tampoco tiene la culpa. No es más que el mensajero. Sin embargo el esfuerzo de contención que realizó para evitar la catástrofe, no hizo más que agravar el problema de su hinchazón. No obstante, nada le impidió soltar un par de exabruptos y decir cuatro cosas bien dichas sobre los dichosos perfiles y dónde se los podían meter los de Recursos Humanos, lo cual le permitió rebajar la tensión muscular de la mano. Se marchó dando un portazo. Total de ganancias, unos treinta y cinco euros, sin contar gastos de transporte.
Tristeza, depresión, desmoronamiento de la autoestima. Las lágrimas brotaban mientras descubría que eso que le habían enseñado de que los hombres no lloran, simplemente no era cierto. Solo que algunos lo hacen a escondidas. No había pasado ni una semana cuando le llamaron otra vez de la misma empresa de telemarketing, pues había en marcha una campaña de tarjetas de bancarias y necesitaban personal. La vida, pensó, nunca dejaría de asombrarlo. Nunca había rechazado un trabajo y esta vez no haría una excepción, así que volvió a dicha empresa. Aquello duró lo que duró, y mientras tanto, procuró no cruzarse con la persona del portazo. Total de ganancias, ciento veinticinco euros, gastos de transporte incluidos.
Aún tuvo una racha de suerte y volvió a conseguir un contrato de interino en su antiguo departamento por un breve periodo de tiempo. Pero nada más. Eso le permitió superar sin ayuda de nadie el último palo de hacienda, pues todos sabemos lo que sucede cuando se acumulan varios pagadores en un mismo año. Nunca tuvo que pagar tantos impuestos como cuando menos se lo podía permitir.
En su continua lucha por la conquista del pan, fueron numerosas las anécdotas que se cruzaron por su camino. Realizó un curso de emprendedores en ESADE, para mejorar currículum y por aquello de intentar el autoempleo. Aprendió algunas cosas interesantes, otras que le escandalizaron, y a veces reía por no llorar cuando recordaba alguno de los consejos les daban en clase, como por ejemplo, que valía la pena invertir unos 20.000 euros en una buena página web para cualquier negocio. Total, dijo el profesor con desprecio, es lo que me cuesta un trabajador durante un año. Unos genios, estos de ESADE.
Cierto día, para aspirar a un puesto de venta de libros en unos grandes almacenes, de esos clasificados con una “M” y con contrato y sueldo de la misma categoría, le hicieron jugar con una pelotita que los aspirantes se iban pasando unos a otros mientras recitaban palabras encadenadas. Le obligaron a inventarse un cuento infantil sobre la marcha, a jugar a las adivinanzas… y no recuerda cuántas tonterías más (Sic). No era la primera vez que para una entrevista laboral le tenían casi una hora “haciendo el gilipollas”, tal y como lo describió, en una especie de circo donde más bien parecía que se reían de uno, cuando de lo que se trata es de algo tan serio como de encontrar un puesto de trabajo.
- Solo les falta que le pidan a uno hacer equilibrio saltando a la pata coja mientras hace palmas con las orejas- Ironizaba.
Pero lo peor de todo fue que, tras entregarse en cuerpo y alma a las payasadas que le exigían, el tribunal ya había dictado sentencia. Un tribunal formado, según su opinión, por un par o tres de “criajos” que seguramente no acumulaban más horas de vida que él en horas extras trabajadas. -¿Qué sabrán éstos? -Se preguntaba. Pero “éstos” le dijeron que no tenía el “perfil adecuado”. Claro que eso no se lo dijeron en persona, sino mediante correo electrónico. Nuestro amigo dedujo que eso de las tensiones musculares que impelen manos abiertas contra perfiles ajenos ya debía haber ocurrido antes, y en más de una ocasión, probablemente el sujeto debió de carecer de la capacidad de contención necesaria, así que estarían tomando medidas al respecto.
Nadie le dijo el porqué de su rechazo, si la edad, la formación…Estar parado con casi cuarenta años le acomplejaba bastante. Lo que sí tenía claro es que, al parecer, con estudios o sin ellos, con currículum o sin él, había quien opinaba que no servía ni para vender libros. Una humillación que agravaba insoportablemente la dichosa hinchazón que con la que comenzaba el presente relato.
Para colmo, la sombra de la sospecha que se cierne sobre cada parado, también le acechaba desde hacía tiempo. A pesar de que él mismo admite que durante el proceso de la búsqueda de empleo siempre existen momentos en los que el desánimo termina por hacer mella. Hay ocasiones en las que uno realmente se siente inservible, una especie de trasto viejo que no sabe dónde apartarse para no molestar, y parece ser que las instituciones son incapaces de ofrecer una ayuda eficaz una vez llegados a esta fase del proceso. Y en las otras fases tampoco.
La verdad es que quien no vive una experiencia de paro de larga duración de primera mano, es incapaz de entender lo que se siente y lo que se piensa, y me temo que pocos de los que actualmente gobiernan o pretenden hacerlo, lo han experimentado en primera persona. Por supuesto no faltaron amigos y familiares que intentasen echarle una mano, pero en esta crisis, incluso los privilegiados que por su estatus antes podían mirar por sus más allegados, ahora bastante tienen ellos con mantener su propio empleo.
Recuerdo un día en el que tomando un café, me habló de su servicio militar. Por su edad se vio obligado a realizarlo. Decía que era curioso cómo en aquel ambiente que se suponía duro y autoritario, y realmente lo era, resultó ser donde menos tuvo que madrugar, donde menos tuvo que trabajar, donde menos órdenes contradictorias tuvo que cumplir, y a pesar de no cobrar un sueldo, tenía garantizado lo que un sueldo ya no garantiza hoy en día, como es un techo, la ropa, la comida y las necesidades básicas cubiertas. Además parecía ser que entre los reclutas no se pedían perfiles, allí encajaban todos.
Finalmente, tal y como decía al principio y con un grado de hinchazón ya bastante importante, nuestro amigo volvió a escuchar por enésima vez aquello de “buscamos otro perfil”. Entonces recordó que no hacía mucho, un conocido suyo que años atrás había emigrado a Francia, le había contactado para explicarle que en aquel país había trabajo suficiente para quien quisiera trabajar. En el campo, claro está. Y como mi amigo lo que quería era trabajar, no se lo pensó dos veces. Tampoco podía permitirse el pensárselo mucho. Nada tenía ya que perder. El desempleo empieza por corroer la autoestima, y si se alarga acaba con cualquier proyecto vital, destrozando la vida social, de pareja, familiar… y eso es lo que ya le estaba sucediendo desde hacía demasiado tiempo. Pero ese ya es otro tema del cual, a pesar de su crudeza, no tengo permiso para profundizar en él, quizás por ser él poco dado a dramatizar. **
Lo primero que le sorprendió al llegar a aquel país fue que nadie le preguntó por los malditos perfiles. Solo estaban interesados en saber si mi amigo estaba dispuesto a trabajar duro. –Eso es lo mío. –respondió; con un ligero temblor en la voz que solo él fue capaz de percibir. El pánico a no estar a la altura le oprimía la garganta. Le presentaron al jefe, al cual todos llamaban “el patrón”. Eso le gustó, las cosas por su nombre, para bien y para mal. El patrón, que por fortuna hablaba también su idioma, le preguntó por su experiencia en el campo, y ahí, aunque no hubieron perfiles de por medio, sí que tuvo que echarle cara al asunto. Su única herramienta de trabajo en los últimos cinco años había sido el teclado de un ordenador.
–Humm… bueno… Algo de experiencia sí que tengo. –Respondió vagamente. A mi amigo nunca se le dio bien la mentira, ni aunque la disfrazase con eufemismos, y deduzco que eso debió ser una desventaja a la hora de buscar empleo frente a los que saben bien cómo “adaptar” currículos o “preparar” entrevistas a conciencia.
Parece bastante claro que, de haber mediado perfiles en el asunto, jamás le habrían aceptado. Aún así, sin más preámbulos, se le abrieron las puertas del campo y se echó al monte, literalmente. Huelga decir que los primeros días, físicamente le dolía hasta el alma. El aliento del patrón no se separó de su nuca durante días, hasta hacerle rendir como el resto de los compañeros que llevaban años en esas tareas, algunos de los cuales parecían haber nacido en el campo, en aquel campo en concreto, y haciendo aquellas tareas concretas.
Fue gracias a la solidaridad y la ayuda con la que fue tratado por parte de algunos de sus nuevos compañeros de trabajo, inmigrantes como él, que consiguió superarse a sí mismo. No exagero si digo que en algún caso, estando totalmente solo en un país extraño que sentía hostil, con una lengua y costumbres que no conocía, fue acogido como uno más de la familia por parte de quienes apenas acababan de conocerlo. Así pudo resistir día tras día, largas horas con las rodillas hincadas en el suelo, el cuerpo empapado de sudor, los brazos y el rostro acribillados por picaduras de insectos, la espalda molida y la piel chamuscada por el sol, mientras el calor le abrasaba la cabeza bajo la gorra.
Recogía fruta, limpiaba monte, arrancaba malas hierbas, montaba y desmontaba invernaderos a base de pico y pala...Comenzaba la labor poco antes de la salida del sol, y en ocasiones no terminaba la jornada hasta la puesta. Nunca faltaron las bromas y el sentido del humor en aquel ambiente. Era un ambiente muy distinto a lo que había conocido en aquel otro mundo de oficinas, competitividad, Recursos Humanos y perfiles. Sobre todo en los últimos años. Ni que decir tiene que me refiero solamente a su experiencia personal, la cual no ha de concordar con la de otros emigrantes ni ha de ser representativa de nada.
Cabe añadir que tras llevar una vida sedentaria y llena de penurias, sin dinero ni ganas para gimnasios y dietas estrafalarias, su físico se había resentido, ahora bastante mejorado a base de trabajo muscular, sol y aire puro, tal y como pude comprobar recientemente.
Así pues, en cuanto a los perfiles, dice mi amigo que los trabajadores solo tenemos dos, el izquierdo y el derecho, pero para trabajar usamos las manos, la cabeza, y también, según dice él, otras partes del cuerpo que… en fin… omitiré redactar la expresión por no entrar dentro de lo políticamente correcto.

A todo esto, no quiero terminar sin añadir una última anécdota. Analizando su recorrido y el contexto de crisis y recortes en el que se vio obligado a emigrar, y conociendo cómo rabiaba cuando veía que tanto por un lado como por el otro solo se hablaban de banderas y naciones, en mala hora se me ocurrió preguntarle cómo veía él desde su exilio francés la actualidad política de Catalunya. Por respuesta se limitó indicarme con un gesto qué partes de su anatomía, propensa a hinchazones, no debía volver a “tocarle” jamás, seguida de lo que probablemente fue una de las primeros expresiones que, mientras atizaba con el pico y la pala, debió aprender en la bella lengua de Víctor Hugo, Balzac o Molière: Putain de merde!
*Este relato, cuya redacción, en principio debía haber realizado mi amigo a petición mía, pues dada su experiencia me parecía interesante para un blog, finalmente la he acabado redactando yo con su permiso, al tiempo que me rogaba que puliera sus “palabras de rudo obrero agrícola”,pues con un perfil como el suyo, ironizaba, nadie le tomaría en cuenta.
**Por mi parte, le pido a mis lectores, que no se molesten mucho en averiguar si esta historia es cierta o ficción. Les puedo asegurar que la realidad no sólo supera la ficción, sino que en ocasiones, es incluso necesario suavizarla para hacerla creíble.

Comentarios

  1. Muy buena la lectura, interesante y contada de forma amena y simpàtica, a pesar de su cruda realidad.

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